Cada zona tiene una hora para guardarse: en los barrios es la puesta del sol la que indica que ya es mejor meterse en casa, en San Bernardino no verá usted un peatón después de las ocho, cuando cierran los últimos locales, y hay parroquias enteras en donde reina la desolación más allá de las nueve, como Santa Teresa, El Paraíso o San Pedro. O avenidas: Lecuna, Bolívar, Andrés Bello, Roosevelt, Rómulo Gallegos, Victoria... A la Libertador le dan algo de vida los travestis como a la Baralt los prostíbulos.
En otros lugares es el cierre del Metro el que decreta el comienzo de siete horas de desolación. El que está en la calle hasta altas horas de la noche (no en un centro comercial, no en una función de cine, no dentro de un carro: en la calle) toma sus previsiones y ve la manera de lidiar con el miedo que transmite Caracas. Poco antes de las once, Ernesto Luzón camina desde la estación La California hasta su casa, que está a dos cuadras, y lanza sus tips de sobreviviente caraqueño: "Si escucho una moto de alta cilindrada no me preocupo tanto, y si veo que una moto pequeña se acerca, me asusto sobre todo si tiene un parrillero. Y ahora mismo no me asusté tanto con ustedes cuando se pararon porque andan en un carro sin vidrios ahumados. Además hoy llovió en la noche, no hay tantos malandros en la calle". De todas formas, igual que lo hace todas las noches cuando regresa de la universidad, esconde sus documentos bajo el pantalón, de modo que solo le pueden robar una cartera con noventa bolívares y un celular "que da lástima".
Davidson Roscio trabaja en una línea de taxis en el Centro Comercial El Tolón, en Las Mercedes, y dice que desde que empezó hace seis años hasta hoy, la diferencia es notable, pues la noche caraqueña cada vez es más hostil: "El que trabaja de noche está a la buena de Dios. Yo estoy siempre con la radio en la mano y esperando lo peor, ya estamos acostumbrados a vivir con miedo".
Horarios recortados
El caraqueño ha ido recortando sus horarios y los negocios actúan en consecuencia. Pero todavía quedan algunos valientes, como los que trabajan en la pollera que queda frente a la plaza Sucre, en Catia, que cierran a las tres de la mañana. "Lo que hacemos es que no dejamos que se acumule plata en la caja", dice la encargada, quien además cuenta que hace no tantos años esa pollera trabajaba las 24 horas. El restaurant El Brasero de Catia, en la avenida Sucre (frente al Centro Diagnóstico), también trabajaba las 24 horas hace siete años, pero hoy cierra a las doce de la noche y a las dos de la mañana los viernes y sábados.
En El Silencio nunca pareció tan lejana la utopía del exalcalde Freddy Bernal: tomarse un café allí a las dos de la mañana. En la plaza O'Leary hasta se había colocado un módulo policial para atraer a la gente en las noches, pero nadie acudió al llamado y el módulo fue removido hace casi un año. La plaza está iluminada y llenas de agua sus dos fuentes, pero de noche solo es visitada por indigentes. El barullo del centro se transforma súbitamente en desolación cuando cae la noche.
Son las once de la noche y la Alfredo Sadel, en Las Mercedes, luce tan desierta como la O´Leary, y en la avenida principal de esta urbanización ya son pocos los negocios que abren más allá de esa hora.
En Sabana Grande la movida se ha reducido al callejón de la Puñalada, aunque también aquí hay restricciones: desde hace casi dos años los locales solo tienen permiso de abrir hasta la una de la mañana y hasta las tres los sábados y domingos. "Pero cuando les da la gana lanzan un operativo y tenemos que cerrar a las diez de la noche. Aquí siempre cerrábamos a las cinco", cuenta un empleado descontento. El mítico Gran Café, mítico punto de encuentro de noctámbulos intelectuales, hoy cierra a las diez.
En El Hatillo solo tres locales permanecen abiertos antes de medianoche: Bananas, Samoa y Serrano y Manchego. En este último local, Lluvia Chavero cuenta que desde hace unos dos años están obligados a cerrar a medianoche por una ordenanza municipal: "La gente no sale mucho, pero tampoco le dan opciones. En vez de rescatar la noche, la recortan todavía más, se la dan en bandeja a los delincuentes. Esa ordenanza nos mató".
Muerta o herida de muerte está la noche de una urbe que parece haberse rendido ante la inseguridad.