sábado, 20 de marzo de 2010

Un vecino de San Bernardino: Arturo Almandoz (arquitecto y cronista): en entrevista sobre la ciudad

Gracias a Prodavinci lo transcribimos.
La ciudad más allá de sí misma
Entrevista a Arturo Almandoz Marte
Es frecuente hoy día hallar a la ciudad protagonizando diversos tipos de discursos: organizacionales, ficcionales, científicos e incluso algunos transversales, que apoyándose en la riqueza referencial inmanente a toda posibilidad de ciudad –es decir, a esa suerte de explosión de eventos, de objetos que ver, ya sean reales o imaginarios, que parece brotar en el corazón de toda urbe–, se trazan lecturas y recorridos más audaces: visiones intergenéricas, que a caballo entre una cosa y la otra, buscan enfocar aún más el lente sobre ese fenómeno tan escurridizo que solemos denominar “lo urbano”. Tal es el caso de Arturo Almandoz Marte, profesor e investigador insigne, acreedor de numerosos premios y reconocimientos dentro de las áreas de la urbanística, la escritura ensayística y la reflexión en torno a las ciudades, cuyo proyecto de La ciudad en el imaginario venezolano alcanza su tercer tomo publicado, “de 1958 a la metrópoli parroquiana”.
Arturo, tus estudios son catalogados a menudo como un rara avis del panorama intelectual nacional, dado su abordaje doble de ficción e historia urbana. Creo que un buen punto de partida sería saber cómo surgió la idea matriz de este planteamiento.

Bueno, tiene que ver inicialmente con un planteamiento académico: graduado de urbanismo en el año 82, me di cuenta de que la literatura que manejaba era una literatura estándar de urbanismo, proveniente de la sociología y economía urbanas. Recuerdo, por ejemplo, haberme dado cuenta de que yo no había leído nada anterior al siglo XX. Y de una inquietud latente provino el deseo de desarrollar una vertiente humanística de mi profesión. Entonces ingresé al posgrado de filosofía de la Universidad Simón Bolívar: te imaginarás todo lo oceánico y vertiginoso que fue aquel descubrimiento para mí, aunque mucho de ello no iba a servirme para llegarle a la ciudad, claro. Pero sí para darme cuenta de que había una serie de discursos, de registros y de perspectivas de lo urbano que en mi formación profesional no habían sido considerados, pero que a mí me gustaría explorar.

Yo no quería abandonar el urbanismo, yo no quería ser filósofo, yo no quería ser letrado, yo quería mantener mi talante urbanístico –más bien de urbanita, pues soy un gran amante de la ciudad–, pero estaba en un departamento académico que no daba cabida, sino sólo como componente introductorio, a la exploración de corte teórico e histórico que he ido desarrollando con el paso del tiempo. En ese momento, a finales de los ochenta, no me planteé el trabajo de los imaginarios ­–porque inclusive ese era un término que no se utilizaba mayormente– sino la exploración de lo urbano en los discursos no especializados. Ese era un poco el espíritu de lo que yo quise hacer: no quería trabajar esto en economía urbana, ni sociología urbana, ni transporte, ni arquitectura, sino en los discursos más de corte filosófico y literario.

O sea, hallar la ciudad fuera del ámbito urbanístico; entrarle por otras puertas.

Exactamente. Hubo un planteamiento teórico que para mí fue muy importante, aunque no sonaba mucho para aquella época: las propuestas de Henri Lefebvre sobre la miopía de los estudios urbanos, o de los urbanistas, quienes pretendían reducir a un aparato técnico el fenómeno ciudad, que es tan complejo y tan hasta cierto punto inabarcable e impredecible. En obras como La revolución urbana, Lefebvre ya había advertido sobre “el campo ciego”, sobre la incapacidad de los urbanistas para vislumbrar que estamos ante un estadio posindustrial. Y una de las vías que él preconizaba era precisamente la exploración de la literatura: de la literatura francesa, que es tan rica en referentes urbanos. Ese planteamiento fue muy revelador, fue mi primera referencia. Hoy por hoy Lefebvre es muy cliché, muy tópico, pero a finales de los años 80 en Venezuela, al menos a nivel de urbanismo, no lo era. Y atención, cuando yo fui a estudiar a Inglaterra a mediados de los 80, Lefebvre apenas si estaba siendo traducido al inglés. Hoy por hoy, no hay congreso de urbanismo en donde no se le cite.
¿De modo que estos estudios observan lo que el urbanismo tradicional ignora?
En gran medida. Yo no quería hacer un trabajo de historia urbana en un sentido tradicional, sino que yo quería incorporar a mi revisión de un ciclo de la historia de la ciudad, fuentes que no hubieran sido exploradas y que vinieran de ese corpus que para mí era no especializado. Así, cuando escribí Urbanismo europeo en Caracas, las dos fuentes no convencionales con las que me sentí satisfecho –o que seleccioné, mejor dicho– fueron la novela ambientada en ciudad y la c
rónica de viajes. Asimismo, hay una literatura legal, de leyes, de ordenanzas, que tenía que incorporar, pues era un trabajo de urbanismo. Y lo demás era literatura técnica. De allí, supongo, vendría la posible originalidad del enfoque: de ese amarre de cuatro voces.
¿Y en esa polifonía, qué papel juega la voz ficcional? ¿Tan solo el lugar en el que hallar los ecos de la ciudad?
No, muchas veces puede ser un eco, pero muchas otras puede ser sincrética. Puede ser una voz que estuvo casi al mismo tiempo que la voz científica o médica. Por ejemplo, la Caracas de principios del siglo XX era una ciudad clamando por las reformas higiénicas; una Caracas de calles sin pavimentar, con un altísimo índice de tuberculosis y de enfermedades gastrointestinales. Y ahí viene el clamor de los médicos: Razetti y sobre todo Herrera Vegas, y Rísquez, clamaban –un poco en las grandes revistas, como el Cojo Ilustrado, pero también en los periódicos– por esa reforma tan necesaria. Pero si leemos Ídolos rotos, o lees a Rufino Blanco Fombona, hay una alerta sobre la falta de modernidad de la ciudad. Lo que te quiero decir es que son discursos que apuntan en la misma dirección, y ahí hay algo de la lección Lefebvriana; los dos están viendo las direcciones del cambio, aún cuando muchas veces el discurso del imaginario literario es más demorado, con respecto, al menos, al médico o al científico.
¿Y qué ocurre con tus
crónicas, por ejemplo? Porque en ellas uno percibe una labor de tejido, de emparche de la memoria urbana y la personal. ¿Qué relación hay entre tu obra investigativa, más académica, y estos relatos de corte más íntimo? ¿Qué tanto se filtra de una obra a la otra?
Hay una relación, de la que me doy cuenta a medida que escribo. Ahora, el arranque de las
crónicas no viene dado por un intento de intertextualidad, o de complementariedad entre las obras; éstas vienen, primero, por una necesidad de vocear memorias familiares, como la muerte de mi mamá. Ese es un detonante. Ahí es que viene el ímpetu de hacer un homenaje póstumo que no cayera en la cosa medio cursi de la evocación simplemente del recuerdo familiar. Pero las crónicas también me permitieron liberarme un poco de la escritura académica, que está muy amarrada a la cita, a la referencia, para convalidarse. La crónica –nombre discutible– era un poco el deseo de escribir sin la referencia, sin la cita, sin la nota, pero sin obliterar tampoco mis intereses urbanos, mi entendimiento, que de alguna manera lo tengo, después de más de treinta años estudiando la ciudad. Y había también una necesidad de vocear una perspectiva generacional.
Eso es interesante: ¿Sientes que al hablar de tu niñez y tu infancia, estás también preservando una Caracas para muchos extraviada? ¿Qué tanto se ha perdido de esa Caracas para ti? ¿Qué tanto queda y dónde la ves?
Mira, hay un componente generacional del que me he dado cuenta a posteriori, en parte, gracias a los comentarios que han recibido las
crónicas –y eso me alegra, porque eso lo hace mucho menos personal–; una cierta postura que se nota con la edad, sobre todo cuando estás pisando los 50 años, y que te hace notar que sí, que hay una Caracas ida. No quiero caer en el lugar común de que todo tiempo pasado fue mejor, de las edades doradas, y esas cosas, aunque historiográficamente son válidas, pues, a todas éstas, la Belle Époque es una categoría para enmarcar aquí el cambio de siglo. Yo creo que epistemológicamente tiene un valor.
Y a la que culturalmente somos muy propensos, ¿no? A la nostalgia y la rememoración del pasado glorioso…
Así es, y yo le tengo miedo a eso. Tampoco quiero decir que la Caracas se ha perdido y ahora la ciudad no vale nada en comparación con hace cuarenta años. No, absolutamente no. Iría en contra de mis propios principios como urbanista. Las ciudades se metamorfosean; el problema está en que, dentro de ese proceso de metamorfosis, al menos en cuanto a lo que atributos urbanos para Caracas se refiere, el cambio no es favorable. Y no creo que eso sea una postura generacional.
¿Qué quieres decir con eso?
En términos de indicadores, si se quiere llamar, de competitividad o de eventualidad, hace veinticinco años, en distritos como Bellas Artes y en otras partes de la ciudad, tenías la presencia de actividades culturales de relevancia internacional –latinoamericana, al menos–, que tomaban lugar en la ciudad o que al menos la tenían como parte de sus itinerarios. Te hablo de grupos de danza, de ballet, exposiciones de arte, festivales de teatro… Yo me sospecho –no me atrevo a decir que no ocurra– que eso ya no sigue siendo así. Caracas se ha borrado un poco del mapa de la actividad cultural internacional. Con esto no quiero desconocer, sin embargo, que Caracas, desde el punto de vista de la ejecución musical, es una ciudad del primer mundo. Pero sospecho que esa primacía musical que tiene Caracas, la ha perdido con creces en otros dominios. Tampoco quiero decir que Caracas hace treinta años fuera la capital de la cultura en América Latina, no, porque nunca ha sido de las primeras ciudades del continente. Siempre han estado por encima São Paolo, Buenos Aires, México. Pero, y ahí sí me apoyo en mi literatura urbanística, dentro del ranking de la competitividad de las ciudades de América Latina, la pérdida de posición de Caracas es dramática. Con esto no quiero negar el presente: un ejemplo de cambio a favor es que Caracas sigue teniendo, hoy más que antes, una diversidad gastronómica impresionante. Siempre la ha tenido, pero en Caracas, aún hoy en día, se sigue comiendo bien. Muy, muy caro, pero bien.
Ahora, sospecho que el balance general de la ciudad es negativo: no ha evolucionado positivamente en términos de cultura urbana. Incluso hablando ya de actitudes hacia lo público, pues Caracas siempre fue “despelotada”, siempre fue sucia, desordenada, siempre tuvo tráfico; pero ahora está más sucia, increíblemente sucia, quizás la capital más sucia de América Latina. Soy pesimista, sí, pero más que una postura generacional es una postura técnica.
Ahora, ¿si pudiste hacer un rastreo de nuestra historia de la ciudad a través de la literatura, sería posible –como un mero ejercicio hipotético, si quieres– invertir el procedimiento, y especular sobre qué tipo de literatura surgiría a partir de una ciudad como la que estamos viviendo hoy en día?
Bueno, a ver. Tendría que tener una informalidad del lenguaje que no sé si se esté dando, y tendría que incorporar con más fuerza los sectores urbanos informales. Es una cosa que me preguntan muchas veces a propósito de mi trabajo, y no sé qué responder, pues manejo un corpus limitado, que posiblemente se refiera, a fin de cuentas, tan solo a la Ciudad Letrada. Pero yo tampoco he encontrado, más allá de en algunos pocos escritores como Ángel Gustavo Infante, una presencia sustancial de lo informal –del barrio, vamos a llamarlo así–, en la literatura. Creo que esa literatura de hoy debería ser mucho más atrevida en ese sentido. Yo no sé si lo está siendo. Pero por ejemplo, para dar cuenta de la fuerza y la contundencia del tráfico caraqueño, con toda su dosis de anarquía, ya no vamos a describir la cola; vamos a describir muchas otras cosas que son mucho más agresivas. Supongo que esa literatura debería ser mucho más violenta, mucho más contundente, más procaz. Un poco, mutatis mutandis, la labor Joyceana: incorporar al léxico cosas que eran innombrables. Claro, eso lo hizo Adriano González León en su momento, y era golpeante, claro, pero no era tan procaz.
Lo era en términos más políticos, supongo.
Sí, exacto. Entiendo, por ejemplo, que la obra de Ana Teresa Torres ha tratado de ir dando cuenta de los nuevos tiempos, pero quizás desde la visión de una generación como la mía, que de la que puedan tener los jóvenes que conocerán una violencia mucho más próxima a la ignominia y la injusticia. Sin embargo, hay temas –grandes temas de lo urbano– que me sorprende no hayan aparecido con mayor incidencia en nuestra literatura, al menos en lo que yo he revisado.
¿Por ejemplo?
El de la marginalidad, insisto. Creo que no es suficientemente fuerte. Ahora, esa literatura tiene que estar. Yo la sospecho en fuentes que yo no manejo; en la prensa barrial tiene que haber más historias. Claro, esa literatura tal vez se asomará en narradores de los 90 que yo aún no estoy trabajando; pero creo que inclusive ya en los 80 y 70 debería haber estado, pues esos fenómenos son realmente fuertes en nuestro caso. Sin embargo, creo que esto no es exclusivo de Venezuela, sino de toda Latinoamérica: el proceso ha sido tan virulento, que no ha dado tiempo de registrarlo. Y siempre está, por supuesto, la preocupación por la escritura más formal.
En lo reciente, a propósito, se ha mencionado a menudo el carácter eminentemente urbano de las ficciones literarias más recientes como un valor intrínseco de las nuevas voces narrativas, quizás incluso como un aporte novedoso. ¿Qué opinión te merece esto?
No, ya eso no es algo novedoso. Naturalmente que tienen que ser voces urbanas, porque ya el país es urbanizado demográficamente –no culturalmente, por desgracia– desde los años 80. Así que ya es natural que sean urbanos: las plumas que están escribiendo hoy son nacidas y criadas en ciudad, sus referentes son urbanos. Por supuesto, está la recurrencia de lo provinciano y lo rural que yo trato de abarcar en la última parte del tercer volumen de mis estudios –titulada “Puertas de campo y de pasado”– porque es un tema recurrente, como lo es en la literatura latinoamericana. Ahora, yo creo que para la década de los 80 y los 90, si bien vamos a tener una literatura que juega, que se mueve entre ambos dominios –Ednodio Quintero, por ejemplo–, aún así, esos sujetos narrativos son urbanos: son sujetos cosmopolitas, mundanos, no pueden dejar de serlo.
¿Es decir, según esa postura, que toda literatura es urbana?
Esa es la postura spengleriana, y fue lo que me respondió Uslar Pietri en el 83 cuando yo le pregunté ingenuamente que en dónde estaba la literatura urbana. Me regañó y me dijo que toda literatura es urbana porque él no sabía de ninguna literatura que no se hubiese hecho en la ciudad. Y me dijo que si entendíamos que la literatura urbana era la que trataba sobre la ciudad –que es otra cosa, hay que reconocerlo–, entonces había que ver a Salvador Garmendia y a Adriano González León como el inicio de la literatura urbana en Venezuela.
¿Y cuál de ambas posturas concuerda más con tu punto de vista?
Yo creo que la postura spengleriana, claro, es la postura si se quiere historiográfica y sociológicamente válida. Tú escribes desde la ciudad, en principio, por lo menos en la era pre internet; esa es otra cosa, que la era de Internet nos puede cambiar la relación: hoy en día tú puedes escribir perfectamente desde el campo. Un campo urbanizado en un país desarrollado. Eso es muy lefebvriano también; lo que pasa es que Lefebvre no vislumbró la revolución de internet. Pero piensa en Europa Occidental: hay países que vuelven a la desconcentración urbana. ¿Por qué? Porque tú no necesitas vivir en la gran ciudad, con todas sus deseconomías, sus costos, cuando ya tienes sus servicios en la campiña.
Vale, pero ¿sería esa literatura producida allí una literatura rural?
Imposible. Pero lo que te quiero decir es que al final de la historia, se le están socavando las bases al pensamiento spengleriano. Ahora, volviendo a nosotros, quizá lo que va a darse es justamente el juego de planos desde lo urbano hacia lo rural con cada vez más fuerza; pero ni siquiera es lo rural, sino lo provinciano: yo creo que lo rural como categoría territorial y antropológica y sociológica pierde fuerza, creo que ya es casi inaplicable. Se trata más bien de lo provinciano, o lo suburbano. Ahora, yo creo que ya resulta gratuito hablar de “narradores urbanos”, a menos que pudieran aparecer escuelas, grupos, peñas, que estén izando como bandera valores contrarios a lo urbano.
Ahora, haciendo un poco el papel de abogado del diablo, ¿una literatura que precisamente recoja un poco la realidad de la barriada, de la periferia y lo marginal de la ciudad –que suele considerarse como un rebrote de lo rural dentro de la urbe–, esa literatura, que me has dicho además que hace falta, sería una literatura urbana?
Muy interesante, y muy de abogado del diablo. Uno podría decir que es una literatura demográficamente urbana, pero culturalmente suburbana. Porque tú no tienes allí en ese locus los servicios de lo urbano. Claro, ese es el drama del tercer mundo: se puede estar guindando de la ciudad grande –porque me niego a usar el término “gran ciudad”–, pero se está allí, como decía Uslar, haciendo inmersiones en la ciudad durante el día. Él hablaba de las “Aldeas de Caracas” en un pizarrón de los cincuenta: se vive en las aldeas, fuera de la ciudad, aunque se trabaje en ella durante el día. Lo curioso es que ya en los años 50 o 60, esas aldeas estaban formadas por generaciones de inmigrantes provenientes del campo; pero las generaciones posteriores, nacidas luego, son absolutamente urbanas. Ahora, sus parámetros, sus referentes, no son los de la ciudad formal. Y ahí ya hay una primera modulación de lo urbano: es un “sub”, de cierta forma. Pero curiosamente –y aquí viene la imagen típica del rancho con la antena de directv– las facilidades del rancho son con frecuencia tan urbanas como las que dispones en la ciudad consolidada.
Quizás en ese sentido la tecnología ha surtido un efecto democratizador.
Claro, claro. Pero, ¿hasta qué punto es ya un “sub”? Bueno, claro que tienes condiciones muy duras, ¿pero hasta qué punto no estamos ya igualando nosotros ese “sub”? Porque las condiciones de la ciudad consolidada son muy precarias, ya que estamos en ciudades del tercer mundo. Caracas se ha informalizado mucho en su tejido consolidado, por ejemplo. Es como que ya las aguas se han ido trasvasando. Por supuesto, siguen permitiendo diferencias de ámbitos, de dominios, de patrones.
Patrones de consumo diferentes, supongo. Flujos urbanos diferentes, recorridos muy disímiles por la ciudad.
Exactamente. Pero si tú vas a los indicadores de servicios, a lo mejor ya la brecha de hace veinte años no es tan fuerte ahora. Y en términos de movilidad urbana, esas generaciones ya están en la ciudad, tanto o más que cualquiera. Así que ya no se les puede excluir de lo urbano. Y estarán produciendo una literatura que es tan urbana como cualquiera. Y esto no es solamente Caracas, atención: la iconografía de un habitante de la favela carioca es completamente urbana, de ciudad. Y eso es América Latina.
¿Y no has encontrado en tu estudio de nuestra literatura un autor que dé cuenta de esa bisagra entre lo que inicialmente no fue urbano pero que ya lo es y la ciudad consolidada, del centro?
No lo he encontrado, pero recuerda que el corpus que manejo es muy limitado. Ahora, al leer de nuevo a Ángel Gustavo Infante, me topé con que este hombre está navegando entre dos aguas. Creo que se estaba produciendo un nuevo registro.
¿Y José Roberto Duque?
De él tengo sólo la referencia, desafortunadamente. Pero lo que quiero decirte, es que no he encontrado quien se asiente allí, en esa bisagra, para hacerlo. Lo que sí hay, claro, es mucha movilidad: Liendo, Noguera y otros ponen a sus personajes en varios ámbitos. Ya Balza hace eso, lo que él llamaba “helenizar a los del oeste, a los del puente”: una especie de bohemia heterodoxa, en la que uno ve a personajes de diversos ámbitos urbanos. Pero ha habido una gran inercia en pro de mantenerse en la ciudad consolidada, quizás por la dicotomía entre ciudad consolidada y ciudad marginal o cerros; pero como te digo, eso luego se ha desdibujado mucho.
¿Te parece que eso entraña algún tipo de democratización del imaginario?
Sí, yo pienso que tiene que haberlo. Para mí es un reto que no sé si pueda cumplir en esta última parte de mi investigación: el que esa polifonía se amplíe. Pero para que eso ocurra, pienso, debe uno incorporar fuentes que yo no estoy considerando: por eso mi trabajo se va a ir quedando progresivamente corto. Por ejemplo, para este período que trabajé en el tercer volumen, ya existía la televisión. Ésta es mucho más inmediata para el imaginario que la literatura.
A propósito, y para cerrar: ¿cuál es el capítulo final de tus estudios?
Inicialmente me había planteado cerrar con una tercera parte que llegara al fin de siglo, grosso modo, pero el volumen de material era demasiado. Al subdividirlo, me di cuenta de que yo quería reservar el ciclo posterior al 83, porque ahí hubo algo muy fuerte para mi generación: el Viernes Negro. Ahí hubo un quiebre que quizás para generaciones posteriores ha perdido significancia. Y ya que la investigación tiene un doble frente, el ensayístico que lleva a lo histórico o está entreverado con ello, y otro más conectado con el imaginario, que es el narrativo, el ciclo que viene en mis estudios iría del Viernes Negro a la Caracas Roja. Una imagen que la define metafóricamente, y que pensé utilizar para nombrar el libro de crónicas, aunque luego cambié de idea. Pero es una imagen que resume metafóricamente nuestra Caracas de hoy. Con ello no quiero decir, sin embargo, que llegaré hasta el siglo XXI; creo que el proceso político se me va de las manos, es muy abrumador y además lo tengo muy cerca. Yo no soy historiador, pero no creo en la historia del tiempo presente, creo que las cosas hay que verlas con distancia. Pero ya en los años 90 uno tiene prefigurado el gran fresco de la Caracas Roja. Esta sería mi metáfora de cierre, con la cual realizaría mi punto de corte en los años 90 o, cuando mucho, el fin del siglo XX venezolano.

1 comentario:

Nestor Francisco dijo...

Arquitecto Arturo Almandoz,atento que eres cronista de Caracas y toda vez que me entere que en esa ciudad existe un barrio denominado la Charneca, el cual coincide con mi apellido de origen portugues, es que me dirijo al colega, en razon de poder indicarme como obtener la historia de ese viejo asentamiento urbano y por que la Charneca..Desde ya,te agradezco lo puedas hacer, un gran abrazo

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